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Segunda Época | Mes Abril /2019 | Año 5 | No. 47

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Carta de Carlos Manuel de Céspedes a las CC (ciudadanas cubanas) de la Junta Patriótica en New York

 

Céspedes: el niño que perfiló al líder

Miguel Antonio Muñoz López

La unidad como fundamento esencial del pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes

Vivian Infante Aldana

A la torre de Zarragoitía

Resumen: Poema de noviembre de 1851, dedicado a la torre de Zarragoitía erigida en su natal Bayamo

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Carta de Carlos Manuel de Céspedes a las CC (ciudadanas cubanas) de la Junta Patriótica en New York

 

Ilustres conciudadanas:
El C. Francisco Javier Cisneros me ha entregado la Espada de Honor, que habéis tenido la bondad de dedicarme,  aunque sin merecerla, y al aceptarla con reconocimiento, no puedo  daros mayor muestra de gratitud y aprecio que consagrarla a nuestra amada patria, a nuestra naciente República, para que con su valor atienda a las necesidades de las tropas libertadoras.
Creería hacer un agravio a vuestro patriotismo e inteligencia si me esforzase en demostrar que este acto nunca puede ser tomado como un desaire de mi parte a la atención que tan beneméritas y amables conciudadanas se han dignado dispensarme; pero considero que no es inoportuno daros una ligera idea de los motivos que me han impulsado a proceder de ese modo. Al revestirme con el título de Capitán General con que me saludaron el pueblo y el Ejército Libertador  de Cuba, no sólo di a entender que me consideraba como un funcionario dependiente de otro Poder más alto, sino que mirándolo como un nombramiento puramente provisional, no me propuse más que ser útil a mi patria, formando el propósito de desnudarme de ese dictado y graduación tan pronto como se estableciese un gobierno civil que representase la Nación Cubana. Fue dicha mía poderlo realizar muy en breve, y dar una prueba palpable de que más que el nombre de general, estimaba el de Ciudadano de un país Libre, cabiéndome la gloria de ofrecer ese ejemplo a mis compañeros para que se apresurasen, imitándolo, no sólo a llenar sus propios deseos sino a patentizar al mundo que nuestra Revolución, muy lejos de parecerse a  las de España, no tiene por mira ambiciones personales, sino el bien y la grandeza de nuestra patria.
Reducido, pues, a la clase envidiable de ciudadano (si bien con el título de Presidente de la República,) mi delicadeza me aconseja que no despierte ningún recelo de espíritu militar, ni me arrogue ninguna preeminencia sobre los demás ciudadanos, usando un arma que por su mérito no puede ser llevada sino por un jefe de alta graduación, ya que en la paz debo creerme resguardado con el amor del pueblo, si por mi suerte logro inspirárselo, y en la guerra, para defenderme de nuestros enemigos, me basta el sable viejo que porto, arrancado a un satélite de la tiranía española. Por otra parte, cuando nuestros valientes soldados sufren tantas penalidades, cuando las mismas ciudadanas que me han honrado con tan grato recuerdo, quizás han sacrificado sus joyas, adorno de su belleza, para proporcionar recursos a nuestra Santa Causa, no sería bien visto que yo me ciñese tan valiosa prenda, ni que la guardase para enorgullecer a mis herederos, que, como yo, no deben desear más que morir por la libertad de Cuba, y una herencia pobre de dinero, pero rica de virtudes cívicas.
Dignaos, ciudadanas, admitir con benevolencia esta manifestación, y las seguridades de mi más elevada consideración y eterno agradecimiento.
C. M. de Céspedes,1

1 Copia entregada para el boletín Acento, por la Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes. El original es publicado en el periódico El Cubano Libre, Camagüey, domingo 5 de septiembre de 1869.

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Céspedes: el niño que perfiló al líder

Miguel Antonio Muñoz López

Recientemente se conmemoraron 196 años del natalicio de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria cubana. El pueblo de Bayamo le rindió sentido homenaje al más ilustre de sus hijos. Nacido de una acaudalada familia de la turbulenta villa bayamesa, el niño Carlitos vino al mundo rodeado de las más halagüeñas esperanzas: su padre, Jesús de Céspedes, conocido por don Chucho, rebosaba de satisfacción y orgullo: su primogénito, con el favor de Dios y la ayuda de su elevado status socio-económico, incrementaría sin dudas el prestigio y fortuna de la familia. Estudiaría una carrera universitaria, seguramente, Leyes, por ser de las profesiones más respetadas y lucrativas de la época; y ¿quién sabe?, quizás un día lograra gestionar un título nobiliario para el clan cespedista, con lo que el apellido quedaría para siempre plasmado en la historia de la Isla.
¡Qué lejos estaba de imaginar don Chucho que todos sus proyectos se cumplirían, pero de muy distinta manera! Porque Carlos Manuel estudió Derecho, sí, pero para defender a los desposeídos contra los poderosos; incrementó realmente la fortuna familiar, pero para ponerla al servicio de su Patria; y, en lo referente a títulos y galardones, alcanzó uno más valioso que el de cualquier aristócrata: fue declarado por el pueblo como Padre de la Patria. Dotado de gran talento y una personalidad recia y atrayente, desde muy niño despuntó Céspedes entre sus contemporáneos. Los cinco primeros años de vida del infante se desarrollaron en plena naturaleza, en una de las fincas familiares, ubicada en la zona de Buey Arriba. Allí fue mimado y atendido por una negra esclava, que le servía de aya y alimentaba su imaginación con la inagotable tradición oral de la región, repleta de cuentos y leyendas de güijes, madres de agua, lagunas habitadas por babujales y torres misteriosas. Según algunos autores, la causa de ese alejamiento temporal fue la continua amenaza de ataques piráticos contra Bayamo, ya que esos bandidos del mar solían desembarcar en distintos puntos de la costa sur, con el fin de sorprender a las poblaciones indefensas y saquear sus riquezas.
De regreso a Bayamo, hizo sus primeras letras en una escuelita atendida por una mujer casi anciana, doña Isabel Cisneros; que residía en el número 11, de la actual calle “José Antonio Saco”. Leer, escribir y el catecismo fueron los frutos de aquella enseñanza inicial. Luego, entre 1825 y 1828, cursó estudios en la escuela privada atendida por el presbítero Mariano Acosta.  En 1829, con diez años de edad ingresó al convento de Santo Domingo; en él estudia Latinidad y Filosofía e inicia el aprendizaje del juego de ajedrez, una de las grandes pasiones de su vida. Un tal padre Ramírez habría sido su primer maestro en el Juego-Ciencia, y también quién despertaría su interés por el latín. Sus progresos en el conocimiento de la lengua de Virgilio fueron tales, que le permitieron, a la edad de 12 años, realizar la tercera traducción hasta hoy acreditada del poema épico La Eneida, lo que constituye una verdadera hazaña intelectual en los anales de la literatura cubana. Documentos de la época, conservados en los fondos del Museo Casa Natal de Céspedes, atestiguan la favorable opinión que su disciplina y amor al estudio despertaron en esos primeros educadores; lo que presagiaba a un hombre con talento especial para las letras.
En 1833, don Chucho decidió enviar a su vástago hacia la capital de la Isla, para que acometiera allí los estudios de nivel medio. Carlitos se hospedó en casa de un tío paterno; y matriculó primero en el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, y luego, en la Real y Pontificia Universidad de La Habana, el centro educativo más prestigioso con que contaba el país en aquella época. Allí concluyó el bachillerato en Derecho Civil, pocos meses antes de consumar matrimonio con su prima doble María del Carmen; enlace acordado por la familia desde muchos años atrás. De esta etapa cespediana hay poca información; pero, considerando que fue un periodo convulso de la historia cubana, con las constantes revueltas de negros esclavos, los conatos abolicionistas dentro y fuera de fronteras, y el breve período liberal, que dividió a la Isla en dos (el Occidente, realista, dirigido por Miguel de Tacón; el Oriente, liberal, liderado por Manuel Lorenzo), es de suponer que hiciera mella en la imaginación y sentimientos de un joven del interior del país; dotado de gran inteligencia natural, como era Céspedes. Algunos indicios históricos apuntan a que el joven vástago cespediano comenzó a manifestar sus primeros ímpetus rebeldes, en la forma de una negativa virtual a cumplir la palabra empeñada: a poco de regresar a Bayamo, se fugó hacia le cercano poblado de Guisa, donde entró en amores con una linda guajirita de aquella localidad. Para evitar el mayúsculo escándalo que hubiera provocado la ruptura del compromiso con María del Carmen, la madre de Carlitos fue en persona a buscarlo, y lo convenció de volver al hogar, para desposarse al fin con la afligida Carmita, que ya se veía desdeñada por su carismático primo.
Luego vendrían, en rápida sucesión, la boda, el primer embarazo de María del Carmen, el nacimiento del primer hijo, bautizado Carlos Manuel, como su padre, y la salida de este último hacia España; con el fin de terminar sus estudios superiores en la Universidad de Madrid. Evidentemente, don Chucho, no había renunciado a sus sueños de grandeza; aunque las acciones emprendidas por Carlos Manuel, una vez llegado a España, sólo sirvieron para contrariar los planes de su progenitor, creando un verdadero cisma entre las dos figuras más representativas de ese apellido en Bayamo. Pero eso es tema que merece comentario aparte, quizás en otra reseña mejor documentada y más extensa que la que hoy presentamos. Por hoy, sólo pretendíamos ofrecer una visión acerca de los años iniciales de la vida de Carlos  Manuel de Céspedes, etapa primordial en la formación del carácter y personalidad de uno de los más preclaros líderes  políticos que Bayamo ha legado a la historia de nuestro país

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La unidad como fundamento esencial del pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes

Vivian Infante Aldana

Los padres de la Historia concibieron el devenir de los pueblos como una concatenación de sucesos y fenómenos, en la que unos constituyen causa de otros; y donde las circunstancias económicas, políticas y sociales determinan en gran medida el curso de los acontecimientos. Pero la Historia es también hechura suprema de los hombres; a veces, sin ser conscientes de ello; otras, con pleno conocimiento e intencionalidad. Esto último se evidencia de manera palmaria en el caso de Carlos Manuel de Céspedes, hombre permeado de una sólida formación humanista y clásica, que vivió en un constante pensar a Cuba. Dotado de una elevada capacidad de análisis, y escarmentado por las experiencias revolucionarias acaecidas en diversas partes de Europa y América durante la primera mitad del siglo XIX, Céspedes concibió criterios referidos a la unidad como uno de los fundamentos esenciales de su pensamiento y acción política.
Céspedes comprendía que la única manera en que un país pequeño como Cuba podía enfrentar con éxito el poderío militar de España, era logrando la unión de todos sus factores sociales, políticos y materiales en torno a una sola idea o plan de acción. Él, que había sido testigo y participante activo del sitio y bombardeo a Barcelona por las tropas carlistas en el año 1842, conocía mejor que nadie la potencia armamentística y pericia militar españolas; pero también sabía que la unidad de ideas y de acción de los revolucionarios, decididos a luchar hasta las últimas consecuencias, eran recurso eficaz contra la supremacía castrense de la Corona.  De ahí que la esencia del proyecto presentado por Céspedes, como líder del ala política más radical de los intelectuales cubanos en la época, era limar las diferencias no esenciales entre los distintos sectores sociales y conseguir el consenso de todos ellos en torno a los dos principales problemas que lastraban el desarrollo material y espiritual del país: la esclavitud  y la dependencia política de España.
Una vez comenzado el conflicto independentista, en 1868, con su secuela sangrienta de persecución, calamidades y homicidios, debido a la política de “guerra a muerte” implantada por el gobierno español contra los patriotas; la unidad dejaba de ser la mejor opción teórica de los revolucionarios, y se convertía prácticamente en la única alternativa válida para derrotar al enemigo. Por ello, Céspedes y la dirigencia político-militar del movimiento independentista apostaron desde muy temprano por crear un organismo centralizador y armonizador de los esfuerzos insurreccionistas: ¿qué fue, sino, la célebre Asamblea de Guáimaro?  Esta reunión cumbre de los patriotas cubanos alzados en armas contra España, en los departamentos de Oriente, Camagüey y Las Villas, tuvo lugar en los días del 10 al 12 de abril de 1869, en el poblado de Guáimaro. Los objetivos fundamentales de esta asamblea fueron consolidar la unidad política y militar entre las distintas regiones y grupos del país que combatían contra el colonialismo, y dotar la naciente revolución de un aparato administrativo adecuado a las condiciones de la lucha armada.
El Hombre de la Demajagua sabía que permanecer unidos era vital, y todos y cada uno de sus actos de gobierno, mientras fue Presidente de la República en Armas, y aún después de su calamitosa deposición, estuvieron orientados a conseguir ese objetivo supremo. A propósito de esto último, vale mencionar que la destitución de Céspedes fue precisamente amargo fruto de las contradicciones existentes entre las ramas Ejecutiva y Legislativa de la Revolución, a lo largo de toda la Guerra Grande; y que finalmente dieron al traste con aquella primera intentona libertaria del pueblo cubano. Céspedes, como Jefe del Gobierno de la República en Armas, estuvo en el epicentro de aquel pulseo, cuyo desenlace fue el fatal episodio de su deposición por la Cámara de Representantes, ocurrido en el campamento de Bijagual, el 27 de octubre de 1873. Sin embargo, llama la atención el hecho de que, incluso siendo víctima de maltratos e ingratitud por muchos, nunca saliera de sus labios una palabra de condena a sus compatriotas.
Céspedes estaba consciente de que, aún reducido a la, según sus propias palabras, honorable condición de ciudadano, era centro de la atención y admiración de la mayor parte del pueblo; y que todo acto o expresión emanados de él sería inmediatamente seguido por los demás. Así que se cuidó mucho de hacer o decir algo que comprometiera la unidad revolucionaria. Sólo en su correspondencia privada y en su diario (¡el famoso diario perdido de San Lorenzo!) se pueden notar atisbos de la amargura que lo embargaba por el vejamen padecido a manos de la Cámara. En los documentos públicos, por el contrario, mantuvo su prédica revolucionaria y optimista, abogando constantemente por la concordia entre los patriotas. Baste revisar, siquiera sea ligeramente, su literatura de campaña, para hallar profusa referencia al tema de la unidad.

A la torre de Zarragoitía

Resumen: Poema de noviembre de 1851, dedicado a la torre de Zarragoitía erigida en su natal Bayamo

Yo no pregunto, derrocada torre,
cuál fue tú suerte en tus primeros días;
mas, cuando por tus salas, ya vacías,
como un blando gemido, el viento corre.

El velo del pasado se descorre
formas revisten tus cenizas frías,
aún resuena el rumor de las orgías,
un suspiro aun tus bóvedas recorre.

Me figuro el orgullo poderoso
de tú Señor, y el golpe que certero
en el olvido confundió su historia.

Si alza de allá su frente desdeñoso,
cual tú del huracán te burlas fiero,
burlarse ha de la mundana gloria.

Bayamo, noviembre de 1851.

Fuente: Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. [Compilación de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo]. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1982, Tomo I, p. 401.
ENCICLOPEDIA CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES.

Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes. Bayamo, Cuba.
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Boletín Acento . Oficina del Historiador
Bayamo M.N., Cuba. 2019
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