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Segunda Época | Mes ABRIL/2015 | Año 1 | No. 1

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Céspedes: el niño que perfiló al líder

Miguel Antonio Muñoz López

Sentimiento inquebrantable

Magdeline Reinaldo Ramos

La unidad como fundamento esencial del pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes

Vivian Infante Aldana

La muerte del iniciador en la prensa

Ludin Fonseca García

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Céspedes: el niño que perfiló al líder

Miguel Antonio Muñoz López

 

Recientemente se conmemoraron 196 años del natalicio de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria cubana. El pueblo de Bayamo le rindió sentido homenaje al más ilustre de sus hijos. Nacido de una acaudalada familia de la turbulenta villa bayamesa, el niño Carlitos vino al mundo rodeado de las más halagüeñas esperanzas: su padre, Jesús de Céspedes, conocido por don Chucho, rebosaba de satisfacción y orgullo: su primogénito, con el favor de Dios y la ayuda de su elevado status socio-económico, incrementaría sin dudas el prestigio y fortuna de la familia. Estudiaría una carrera universitaria, seguramente, Leyes, por ser de las profesiones más respetadas y lucrativas de la época; y ¿quién sabe?, quizás un día lograra gestionar un título nobiliario para el clan cespedista, con lo que el apellido quedaría para siempre plasmado en la historia de la Isla.
¡Qué lejos estaba de imaginar don Chucho que todos sus proyectos se cumplirían, pero de muy distinta manera! Porque Carlos Manuel estudió Derecho, sí, pero para defender a los desposeídos contra los poderosos; incrementó realmente la fortuna familiar, pero para ponerla al servicio de su Patria; y, en lo referente a títulos y galardones, alcanzó uno más valioso que el de cualquier aristócrata: fue declarado por el pueblo como Padre de la Patria. Dotado de gran talento y una personalidad recia y atrayente, desde muy niño despuntó Céspedes entre sus contemporáneos. Los cinco primeros años de vida del infante se desarrollaron en plena naturaleza, en una de las fincas familiares, ubicada en la zona de Buey Arriba. Allí fue mimado y atendido por una negra esclava, que le servía de aya y alimentaba su imaginación con la inagotable tradición oral de la región, repleta de cuentos y leyendas de güijes, madres de agua, lagunas habitadas por babujales y torres misteriosas. Según algunos autores, la causa de ese alejamiento temporal fue la continua amenaza de ataques piráticos contra Bayamo, ya que esos bandidos del mar solían desembarcar en distintos puntos de la costa sur, con el fin de sorprender a las poblaciones indefensas y saquear sus riquezas.
De regreso a Bayamo, hizo sus primeras letras en una escuelita atendida por una mujer casi anciana, doña Isabel Cisneros; que residía en el número 11, de la actual calle “José Antonio Saco”. Leer, escribir y el catecismo fueron los frutos de aquella enseñanza inicial. Luego, entre 1825 y 1828, cursó estudios en la escuela privada atendida por el presbítero Mariano Acosta.  En 1829, con diez años de edad ingresó al convento de Santo Domingo; en él estudia Latinidad y Filosofía e inicia el aprendizaje del juego de ajedrez, una de las grandes pasiones de su vida. Un tal padre Ramírez abría sido su primer maestro en el Juego-Ciencia, y también quién despertaría su interés por el latín. Sus progresos en el conocimiento de la lengua de Virgilio fueron tales, que le permitieron, a la edad de 12 años, realizar la tercera traducción hasta hoy acreditada del poema épico La Eneida, lo que constituye una verdadera hazaña intelectual en los anales de la literatura cubana. Documentos de la época, conservados en los fondos del Museo Casa Natal de Céspedes, atestiguan la favorable opinión que su disciplina y amor al estudio despertaron en esos primeros educadores; lo que presagiaba a un hombre con talento especial para las letras.
En 1833, don Chucho decidió enviar a su vástago hacia la capital de la Isla, para que acometiera allí los estudios de nivel medio. Carlitos se hospedó en casa de un tío paterno; y matriculó primero en el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, y luego, en la Real y Pontificia Universidad de La Habana, el centro educativo más prestigioso con que contaba el país en aquella época. Allí concluyó el bachillerato en Derecho Civil, pocos meses antes de consumar matrimonio con su prima doble María del Carmen; enlace acordado por la familia desde muchos años atrás. De esta etapa cespediana hay poca información; pero, considerando que fue un periodo convulso de la historia cubana, con las constantes revueltas de negros esclavos, los conatos abolicionistas dentro y fuera de fronteras, y el breve período liberal, que dividió a la Isla en dos (el Occidente, realista, dirigido por Miguel de Tacón; el Oriente, liberal, liderado por Manuel Lorenzo), es de suponer que hiciera mella en la imaginación y sentimientos de un joven del interior del país; dotado de gran inteligencia natural, como era Céspedes. Algunos indicios históricos apuntan a que el joven vástago cespediano comenzó a manifestar sus primeros ímpetus rebeldes, en la forma de una negativa virtual a cumplir la palabra empeñada: a poco de regresar a Bayamo, se fugó hacia le cercano poblado de Guisa, donde entró en amores con una linda guajirita de aquella localidad. Para evitar el mayúsculo escándalo que hubiera provocado la ruptura del compromiso con María del Carmen, la madre de Carlitos fue en persona a buscarlo, y lo convenció de volver al hogar, para desposarse al fin con la afligida Carmita, que ya se veía desdeñada por su carismático primo.
Luego vendrían, en rápida sucesión, la boda, el primer embarazo de María del Carmen, el nacimiento del primer hijo, bautizado Carlos Manuel, como su padre, y la salida de este último hacia España; con el fin de terminar sus estudios superiores en la Universidad de Madrid. Evidentemente, don Chucho, no había renunciado a sus sueños de grandeza; aunque las acciones emprendidas por Carlos Manuel, una vez llegado a España, sólo sirvieron para contrariar los planes de su progenitor, creando un verdadero cisma entre las dos figuras más representativas de ese apellido en Bayamo. Pero eso es tema que merece comentario aparte, quizás en otra reseña mejor documentada y más extensa que la que hoy presentamos. Por hoy, sólo pretendíamos ofrecer una visión acerca de los años iniciales de la vida de Carlos  Manuel de Céspedes, etapa primordial en la formación del carácter y personalidad de uno de los más preclaros líderes  políticos que Bayamo ha legado a la historia de nuestro país.
 
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Sentimiento inquebrantable

Magdeline Reinaldo Ramos

 

San Valentín premia a la tierra camagüeyana con el alumbramiento, el 14 de febrero de 1842, de una niña que es ferviente defensora del pensamiento independentista y se convierte en esposa del Padre de todos los cubanos.
Ana de Quesada conoce a Carlos Manuel de Céspedes cuando se celebra la Asamblea de Guáimaro en 1869, y poco después de contraer matrimonio tienen a su primogénito Oscar.
La dramática muerte del hijo los golpea a ambos, cuando ya Céspedes, el 19 de julio de 1870, había tomado la decisión de enviar a su familia a Estados Unidos; debido al riesgo que corrían. El viaje se pospone. En el mes de septiembre Ana parte en compañía de Juan Clemente Zenea. No se volverán a ver nunca más.
El epistolario que sostienen en los momentos más críticos de su separación denota el profundo amor que los une, a pesar de las diversas relaciones que tuvo el Padre de la Patria y que recogen los libros de historia. La lealtad, confianza, respeto y la añoranza por Ana son sentimientos que lo acompañan hasta el final de su vida.
En medio de su intensa actividad política, cuando las contradicciones y la traición lo acompañan, encuentra tiempo para escribir a su amada y confiarle sus pensamientos más íntimos. Ana apoya su lucha, aporta dinero y trata de unir a los cubanos.
Sus hijos mellizos, Gloria de los Dolores y Carlos Manuel, nacen en la emigración, el patriota bayamés nunca los conoce y estremece saber que pide sus pertenencias para saciar su nostalgia.
La unión entre Céspedes y Ana transcurre en una coyuntura en la cual el sacrificio y la lucha incansable por la causa justa de Cuba son reales. Ella comprende la necesidad de estar cerca de su amado, como útil colaboradora y consejera de todo lo que en materia de planes políticos y
militares se gesta en Estados Unidos con respecto a la revolución.
En las misivas manifiestan ansias por compartir amor, cariño, respeto y las tareas, como toda pareja en un hogar, junto a su descendencia.
La historiadora Hortensia Pichardo refiere que cada uno exterioriza sus sentimientos de forma diferente en las cartas, las de Ana son secas, las de Carlos Manuel tiernas y amorosas, siempre preocupado por la salud de sus hijos y por la posibilidad de que un chisme vinculado a alguna infidelidad obstaculice la comunicación que mantienen.
Ana fortalece su ánimo para seguir luchando, a pesar de conocer los infundios y calumnias que buscan la destitución de su esposo, muy poco le comenta del tema. Era consciente de que esta sería un duro golpe para los emigrados cubanos revolucionarios que aspiraban al triunfo sobre la base de las ideas de unidad.
El 10 de febrero de 1874, Céspedes inicia la escritura de una carta a su esposa, que culmina el día 23, pocos días antes de caer en combate en San Lorenzo, en la que expresa una vez más que su anhelo es estar cerca de ella y sus queridos hijos. Presagia su final y se despide, reconoce que es un hombre con defectos, como cualquier otro.
Céspedes enfrenta con fortaleza las pruebas que le impone la vida. Pierde hijos, sufre una separación prolongada con Ana, recompone constantemente su familia, cree en el amor, es su fuerza interna para enfrentar las dificultades.
Es incondicional en su decisión de juntarse con su amada, la madre que supo criar y educar a sus hijos, la camagüeyana patriota y discreta que se interpuso a todos los obstáculos.
La última carta que envía Céspedes a Ana es un testamento de amor, reconoce que es la única y verdadera fortuna que le ofrece, así como sus hijos, fruto de una unión que nace y profundiza en medio de una contienda independentista.
 
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La unidad como fundamento esencial del pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes

Vivian Infante Aldana

 

El patriotismo y la unión son nuestro baluartes, y bajo su amparo seremos
invencibles, sentenció Carlos Manuel de Céspedes, Padre del Patria cubana,
dando un claro indicio de la importancia que este le concedía a estos conceptos

Los padres de la Historia concibieron el devenir de los pueblos como una concatenación de sucesos y fenómenos, en la que unos constituyen causa de otros; y donde las circunstancias económicas, políticas y sociales determinan en gran medida el curso de los acontecimientos. Pero la Historia es también hechura suprema de los hombres; a veces, sin ser conscientes de ello; otras, con pleno conocimiento e intencionalidad. Esto último se evidencia de manera palmaria en el caso de Carlos Manuel de Céspedes, hombre permeado de una sólida formación humanista y clásica, que vivió en un constante pensar a Cuba. Dotado de una elevada capacidad de análisis, y escarmentado por las experiencias revolucionarias acaecidas en diversas partes de Europa y América durante la primera mitad del siglo XIX, Céspedes concibió criterios referidos a la unidad como uno de los fundamentos esenciales de su pensamiento y acción política.
Céspedes comprendía que la única manera en que un país pequeño como Cuba podía enfrentar con éxito el poderío militar de España, era logrando la unión de todos sus factores sociales, políticos y materiales en torno a una sola idea o plan de acción. Él, que había sido testigo y participante activo del sitio y bombardeo a Barcelona por las tropas carlistas en el año 1842, conocía mejor que nadie la potencia armamentística y pericia militar españolas; pero también sabía que la unidad de ideas y de acción de los revolucionarios, decididos a luchar hasta las últimas consecuencias, eran recurso eficaz contra la supremacía castrense de la Corona.  De ahí que la esencia del proyecto presentado por Céspedes, como líder del ala política más radical de los intelectuales cubanos en la época, era limar las diferencias no esenciales entre los distintos sectores sociales y conseguir el consenso de todos ellos en torno a los dos principales problemas que lastraban el desarrollo material y espiritual del país: la esclavitud  y la dependencia política de España.
Una vez comenzado el conflicto independentista, en 1868, con su secuela sangrienta de persecución, calamidades y homicidios, debido a la política de “guerra a muerte” implantada por el gobierno español contra los patriotas; la unidad dejaba de ser la mejor opción teórica de los revolucionarios, y se convertía prácticamente en la única alternativa válida para derrotar al enemigo. Por ello, Céspedes y la dirigencia político-militar del movimiento independentista apostaron desde muy temprano por crear un organismo centralizador y armonizador de los esfuerzos insurreccionistas: ¿qué fue, sino, la célebre Asamblea de Guáimaro?  Esta reunión cumbre de los patriotas cubanos alzados en armas contra España, en los departamentos de Oriente, Camagüey y Las Villas, tuvo lugar en los días del 10 al 12 de abril de 1869, en el poblado de Guáimaro. Los objetivos fundamentales de esta asamblea fueron consolidar la unidad política y militar entre las distintas regiones y grupos del país que combatían contra el colonialismo, y dotar la naciente revolución de un aparato administrativo adecuado a las condiciones de la lucha armada.
El Hombre de la Demajagua sabía que permanecer unidos era vital, y todos y cada uno de sus actos de gobierno, mientras fue Presidente de la República en Armas, y aún después de su calamitosa deposición, estuvieron orientados a conseguir ese objetivo supremo. A propósito de esto último, vale mencionar que la destitución de Céspedes fue precisamente amargo fruto de las contradicciones existentes entre las ramas Ejecutiva y Legislativa de la Revolución, a lo largo de toda la Guerra Grande; y que finalmente dieron al traste con aquella primera intentona libertaria del pueblo cubano. Céspedes, como Jefe del Gobierno de la República en Armas, estuvo en el epicentro de aquel pulseo, cuyo desenlace fue el fatal episodio de su deposición por la Cámara de Representantes, ocurrido en el campamento de Bijagual, el 27 de octubre de 1873. Sin embargo, llama la atención el hecho de que, incluso siendo víctima de maltratos e ingratitud por muchos, nunca saliera de sus labios una palabra de condena a sus compatriotas.
Céspedes estaba consciente de que, aún reducido a la, según sus propias palabras, honorable condición de ciudadano, era centro de la atención y admiración de la mayor parte del pueblo; y que todo acto o expresión emanados de él sería inmediatamente seguido por los demás. Así que se cuidó mucho de hacer o decir algo que comprometiera la unidad revolucionaria. Sólo en su correspondencia privada y en su diario (¡el famoso diario perdido de San Lorenzo!) se pueden notar atisbos de la amargura que lo embargaba por el vejamen padecido a manos de la Cámara. En los documentos públicos, por el contrario, mantuvo su prédica revolucionaria y optimista, abogando constantemente por la concordia entre los patriotas. Baste revisar, siquiera sea ligeramente, su literatura de campaña, para hallar profusa referencia al tema de la unidad.
 
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La unidad como fundamento esencial del pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes,

Ludin Fonseca García
 
El 27 de febrero de 1874 cae en combate el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, en San Lorenzo, punto intrincado de la Sierra Maestra. La trascendencia del suceso provoca una avalancha de información y ocupa espacios principales en la prensa.
Llega el batallón San Quintín a Santiago de Cuba, el 3 de marzo, con el cuerpo sin vida, y de inmediato se envía la noticia a La Habana. La primicia la divulga fuera de la capital del oriente cubano el Diario de la Marina, máximo representante del integrismo.
Los lectores habaneros son los primeros en saber el hecho, porque ya están en el correo los paquetes que van con destino a las jurisdicciones; el 5 de marzo arriban a toda la Isla.
El diario critica el alzamiento del 10 de Octubre, y hace responsable a Céspedes por la destrucción y muerte en cinco años de insurrección. Anticipa que si hubiera muerto en la presidencia, muchos lo hubieran alabado, pero quienes lo deponen no lo harán. Estas ideas son replicadas por diarios de igual filiación.
En ediciones sucesivas aparecen detalles sobre el combate, la exposición de su cuerpo en el hospital civil y entierro. El tratamiento del tema languidece desde el 12 de marzo.
Los integrantes del Gobierno confirman el suceso por fuentes contrarias. El primero de abril llega a manos de Ignacio Mora, diputado a la Cámara de Representantes de la República de Cuba, el periódico camagüeyano El Fanal -del 8 de marzo-, que señala la caída en combate del Padre de la Patria y pone fin a los rumores de que había sido capturado con vida.
En diversos países latinoamericanos se divulga una posición favorable al Iniciador. El 10 de abril de 1874, La América Libre, de México, reconoce sus virtudes y méritos como redentor del pueblo cubano, lo llama hermano y concluye diciendo que su memoria es un estandarte que conducirá a la patria cubana al triunfo definitivo.
La Independencia la editan los emigrados cubanos en Estados Unidos e inserta una carta del hijo de Céspedes que narra el suceso, y como testigo presencial desmiente argumentos propalados por la prensa española.
En Cuba Libre se refleja tarde el suceso. El Boletín de la Guerra es parco en el artículo del 23 de abril de 1874. En dos párrafos critica el regocijo de los españoles por el acontecimiento, y señala que Céspedes, como gobernante, forma parte de la historia que juzgará sus actos, y como patriota firme y decidido por la independencia pertenece al pueblo de Cuba, que recordará su nombre con gratitud y su muerte con indignación.
La prensa en Cuba y el extranjero toma posición ante la caída en combate del Padre de la Patria, según principios ideológicos, y manifiesta su pensamiento ante el proceso independentista cubano.
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Boletín Acento . Oficina del Historiador
Bayamo M.N., Cuba. 2015
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